1976. Primeras horas del miércoles 24 de marzo. Hacía apenas minutos, River Plate había ganado por la Copa Libertadores al Portuguesa de Venezuela por dos a uno. Los tantos del millonario los hizo la Pepona Rinaldi.
Los taxis no andaban en las calles. Los colectivos no salían a hacer su recorrido. “Es inminente el final. Todo está dicho”, había titulado la quinta edición de La Razón del 23 de marzo.
La suerte estaba echada y los osados que se acercaron esa noche al Monumental, volvían lentamente a sus casas. Algunos rezagados del partido de River tomaban conciencia al ver tanques del ejército atravesar la Avenida Libertador.
A pocos kilómetros de allí, los comandantes de las tres fuerzas le indicaron al jefe de la Casa Militar, capitán de Navío José María Fernández: ‘Dígale a la señora Presidenta que por razones de seguridad viaje a Olivos en helicóptero’. El helicóptero decoló a las 0.50 del 24 de marzo de 1976. Los pasajeros eran María Estela Martinez de Perón, Luis Luissi, jefe de la custodia personal y Julio González, su secretario privado. A minutos de haber despegado, dio la impresión de que uno de los motores se había detenido y que la máquina perdía altura. Luissi expresó: “Estamos yendo hacia el río. Nos están desviando de la ruta”. Les informaran que debían aterrizar en Aeroparque, la presidenta le dijo González “No se preocupe, doctor. Es pura acción psicológica.”
Al descender, un vicecomodoro solicitó a la presidente que lo acompañara hasta las oficinas de la Base Aérea. A la 1:00, aproximadamente, entraron al salón principal del edificio,  el general José Rogelio Villarreal, el almirante Pedro Santamaría y el brigadier Basilio Lami Dozo. Villarreal le informó: “Señora, las Fuerzas Armadas se han hecho cargo del poder político y usted ha sido destituida”.
“¿Me fusilarán?”, pregunto la presidente. Villarreal respondió: “No. Su integridad física está garantizada por las Fuerzas Armadas.” Momentos después, otro alto oficial comunicó a los comandantes generales Jorge Rafael Videla, Ramón Agosti y Eduardo Massera “La perdiz cayó en el lazo”. A la 1.50 un avión de la Fuerza Aérea partió con la ex Presidenta, en calidad de detenida, a Neuquén. El golpe de estado más sangriento de la historia Argentina se había consumado.
3:21 de la madrugada. El locutor Juan Vicente Mentesana leyó por cadena nacional «Se comunica a la población que, a partir de la fecha, el país se encuentra bajo el control operacional de la Junta de Comandantes Generales de las FF.AA. Se recomienda a todos los habitantes el estricto acatamiento a las disposiciones y directivas que emanen de autoridad militar, de seguridad o policial, así como extremar el cuidado en evitar acciones y actitudes individuales o de grupo que puedan exigir la intervención drástica del personal en operaciones. Firmado Jorge Rafael Videla, Teniente General, Comandante General del Ejército».  Así culminaba el Comunicado Nº 1 de la Junta Militar, y daba inicio a la noche más larga, la más oscura jamás vivida por los argentinos.
7 años, 8 meses y 16 días. 2818 mañanas que los argentinos no vimos. Durante ese tiempo pasaron 2 mundiales, 2 juegos olímpicos y 3 Papas.
Durante esos años, dejamos de ver a más de 30 mil argentinos. De ellos, 8960 eran desaparecidos, según el informe de la CONADEP de setiembre de 1984. Al tiempo que aclara “tenemos todas la razones para suponer una cifra más alta, porque muchas familias vacilaron en denunciar los secuestros por temor a represalias, y aún vacilan por temor a un resurgimiento de estas fuerzas del mal. “
Las víctimas del terrorismo de estado fueron más de 30 mil argentinos. El ejercicio sistemático del  terror –caracterizado por  la desaparición  de  personas  y  la  existencia  de  centros clandestinos de detención– desplegó otro mecanismo siniestro: la  apropiación  de  menores.  Los  responsables del “Proceso”,  consideraban que para completar  el exterminio ideológico, era necesario evitar que se transmitiera  a  través  del  vínculo  familiar.  Según la Organización Abuelas de Plaza de Mayo, el objetivo era que  los niños  «no sintieran ni pensaran como sus padres, sino como sus enemigos».
Más de 500 niños fueron apropiados y privados de su identidad. Ellos eran el “Botin de guerra”.
Los desaparecidos.
En nombre de la seguridad nacional, miles de personas, en su mayoría jóvenes y adolescentes, pasaron a integrar esta tétrica categoría, la de los Desaparecidos. Palabra que evoca a un triste privilegio argentino: el de escribirse en castellano en toda la prensa del mundo.
En 1979, en una conferencia de prensa, el periodista José Ignacio López le preguntó a Videla por una mención que había realizado el papa Juan Pablo II respecto a los detenidos sin proceso. Videla respondió: “Frente al desaparecido, en tanto esté como tal, es una incógnita. Si el hombre apareciera, tendría un tratamiento ‘x’; si la aparición se convirtiera en certeza de su fallecimiento tiene un tratamiento ‘z’, pero mientras sea desaparecido no puede tener un tratamiento especial: es una incógnita, es un desaparecido, no tiene entidad, no está ni muerto ni vivo, está desaparecido. Frente a eso no podemos hacer nada”.
Con total frialdad y falta de humanidad, Videla enrostraba la oscuridad en la que el país se sumergía: la más grande tragedia de nuestra historia, y la más salvaje.
“Arrebatados por la fuerza, dejaron de tener presencia civil. ¿Quiénes exactamente los habían secuestrado? ¿Por qué? ¿Dónde estaban? No se tenía respuesta precisa a estos interrogantes: las autoridades no habían oído hablar de ellos, las cárceles no los tenían en sus celdas, la justicia los desconocía y los habeas corpus sólo tenían por contestación el silencio. En torno de ellos crecía un ominoso silencio. (…) Los operativos de secuestro manifestaban la precisa organización, a veces en los lugares de trabajo de los señalados, otras en plena calle y a la luz del día, mediante procedimientos ostensibles de las fuerzas de seguridad que ordenaban “zona libre” a las comisarías correspondientes. Cuando la víctima era buscada de noche en su propia casa, comandos armados rodeaban la manzana y entraban por la fuerza, aterrorizaban a padres y niños, a menudo amordazándolos y obligándolos a presenciar los hechos, se apoderaban de la persona buscada, la golpeaban brutalmente, la encapuchaban y finalmente la arrastraban a los autos o camiones, mientras el resto del comando casi siempre destruía o robaba lo que era transportable” (Prólogo del Nunca Más).
Sobre el destino de los desaparecidos, el 13 de enero de 1998, en el Hotel Naval, Gabriela Cerruti obtuvo la declaración que todos conocían, pero que nadie quería escuchar. Alfredo Astiz, marino que en la época del Proceso se había infiltrado en organismos de derechos humanos, le confesó sobre si había desaparecidos: “seguro, hay seis mil quinientos. Supongo que algunos más, no sé exactamente cuántos más. No más de diez mil, seguro. Así como digo que están locos los que dicen treinta mil, también deliran los que dicen que están en México. Los limpiaron a todos, no había otro remedio. — ¿Qué quiere decir “los limpiaron”? (pregunto Cerruti) —Los mataron. ¿Qué iban a hacer? Ya estaba la experiencia del 73, que los habían metido presos y después los amnistiaron, y salieron. No se podía correr el mismo riesgo. No había otro camino.”
Hacia el fin de la noche
El 30 de octubre de 1983, con7.724.559 de votos, que representaban el 51%, Raúl Ricardo Alfonsín era elegido presidente de todos los argentinos.
Comenzaba a languidecer la noche más larga, la que nos había sumergido en la más profunda oscuridad durante 2818 días, que culminarían el 10 de diciembre de 1983.
Día de la Memoria, por la Verdad y la Justicia
El 2 de agosto de 2002, el Congreso de la Nación Argentina dictó la ley 25.633, creando el Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia con el fin de conmemorar a las víctimas, pero sin darle categoría de día no laborable.
Tres años después, durante la gestión del presidente Néstor Kirchner, se impulsó desde el mismo Poder Ejecutivo Nacional que la fecha se convirtiera en un día no laborable, inamovible.
La efeméride se propone como un día de reflexión y análisis crítico en todas las escuelas del país, para que los niños y los jóvenes, para que junto con todos los integrantes de la comunidad se comprometan activamente en la defensa de la vigencia de los derechos y las garantías establecidos por la Constitución Nacional, y del régimen político democrático.
El 9 de junio de 1985, un mes justo antes de que la Cámara Federal porteña dictara la sentencia en el histórico juicio a los comandantes militares de la última dictadura, el fiscal general Julio Strassera pronunció su célebre alegato final:
“La ferocidad y la mentira son las dos notas del sistema de represión que los acusados implantaron durante años en la Argentina. Por eso hoy se hace necesario averiguar la verdad y juzgar a todos los que hayan violado la ley; en particular a los poderosos, a los máximos responsables, esta es la única forma de restablecer la vigencia de la ley en la conciencia de la sociedad.(…) Quiero utilizar una frase que no me pertenece, porque pertenece ya a todo el pueblo argentino. Señores jueces: ‘Nunca más’”.
A 39 años del inicio de la noche más larga, desentrañar la mentira, es aún una tarea por terminar para los argentinos. A pesar de los esfuerzo de los equipos de antropología forense, quedan miles que aún no descansan en paz. De los niños apropiados, ya hay 116 que han recuperado su identidad. Faltan más de 400.
Todo está escondido en la memoria, refugio de la vida y de la historia.(…) La memoria estalla hasta vencer, a los pueblos que la aplastan y que no la dejan ser, libre como el viento. (León Gieco)

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