Por Silvia Ortubay
El incendio que estamos sufriendo en nuestra región se corresponde con
los denominados Grandes Incendios Forestales (o GIF) porque mostró
durante muchos días un comportamiento sostenido imposible de extinguir,
ya sea por la velocidad de propagación como por la intensidad del frente
o por la actividad de copas. Una vez aclarado este punto hay que
analizar porqué un pequeño foco llega a mudar en una catástrofe cuando
podría haberse evitado. De acuerdo a un estudio de la Fundación Mundial
para la Naturaleza WWF (World Wildlife Found of Nature) realizado en el
año 2014, las prioridades políticas respecto al cuidado de los bosques
están invertidas: el mayor porcentaje del presupuesto otorgado a la
lucha contra incendios se destina a apagar los fuegos, un monto
vergonzosamente menor es destinado a evitar que el incendio se produzca y
un valor insuficiente es el invertido en minimizar los daños producidos
por los fuegos. Así, las administraciones públicas continúan
considerando las actividades de prevención y restauración activa como un
gasto y no como la inversión de futuro que debería ser.
Además de
las pérdidas económicas y los problemas sociales, los especialistas
señalan que el fuego provoca daños ecológicos al suelo, a la vida
silvestre y la vegetación y hasta el clima mismo.
Los incendios
alteran los ciclos hidrológicos, las propiedades físicas y químicas del
suelo con pérdida de nutrientes y del estrato de materia orgánica,
pérdida de los microorganismos degradadores del suelo, alteran la
composición de las especies por muerte de los seres vivos y de tejidos
vegetales, daños a sus órganos, con alteraciones fisiológicas y
deformaciones en el crecimiento de los árboles, facilitan la dispersión
de enfermedades, provocan desaparición de insectos y animales menores y
migraciones de animales mayores, producen desequilibrios ecológicos o
rupturas en las tramas tróficas. Asimismo, cambian los regímenes de
vientos, la disponibilidad de oxígeno, disminuyen la humedad ambiental y
la evapotranspiración, aumentan la temperatura ambiental, la radiación
solar, la luminosidad, y el efecto invernadero al aumentar el aporte de
CO2 a la atmósfera.
La vegetación y la materia orgánica constituyen
la capa protectora del suelo. Luego del incendio y con las primeras
lluvias se pierde el suelo por erosión. Esto ocurre porque al quedar
expuesto, las partículas finas de las cenizas tapan los poros,
disminuyendo la infiltración y aumentando el escurrimiento superficial.
Al aumentar la escorrentía las lluvias arrastran las cenizas y la capa
de suelo y se pierden también los nutrientes y se empobrece la
fertilidad del suelo. En las áreas incendiadas el principal problema es
la pérdida de la capacidad del suelo para retener agua y su
empobrecimiento por la pérdida de su capa orgánica.
En la zona de
Cholila han quedado grandes extensiones de antiguos bosques total o
parcialmente quemadas. De acuerdo a la intensidad del fuego hemos podido
registrar distintos tipos de daño en la vegetación, desde la muerte a
heridas en el tronco, cercanas a su base, daño en las raíces, pérdida de
hojas (desfoliación), quemaduras en las ramas y hojas. En los casos en
que el fuego no logró matar los árboles, las cicatrices que penetran la
corteza facilitarán el ataque por plagas y enfermedades.
Estos
bosques han perdido la capacidad de ofrecer refugio y alimento a las
numerosas especies de aves, roedores, reptiles, grandes mamíferos,
invertebrados, que los habitaban. Los seres vivos con escasa o nula
movilidad (vegetación y animales de pequeño tamaño, crías, organismos
microscópicos) murieron o quedaron reducidos y aislados de toda
conectividad en pequeños manchones verdes, donde la comida pronto
escasea y los refugios se hacen insuficientes.
Si bien es factible
que los grandes carnívoros lograran huir, en el caso de los zorros que
ya han sido avistados por brigadistas y vecinos, ha disminuido la
biomasa de sus presas más comunes al morir tantos roedores, lo que los
impulsa a invadir nuevas áreas de caza. Los animales que pudieron huir,
invaden nuevos lugares donde pueden competir y alterar el equilibrio del
nuevo lugar o convertirse en presa fácil de predadores y del ser humano
que ocupa los valles. Para aquellas especies de distribución muy
circunscripta el incendio pudo haberlas hecho desaparecer o poner en
riesgo el acervo genético y por lo tanto la supervivencia a largo plazo.
Así, el incendio beneficia a algunas especies y desfavorece a otras,
alterando la composición, abundancia y existencia de la especies,
provocando graves desequilibrios ecológicos.
Al paso del fuego
sigue otro desastre natural tan grave como éste: al haber desaparecido
la cubierta vegetal protectora del suelo y quemado las raíces de los
árboles que actúan como barrera natural que retienen el agua en los
bosques maduros de lenga, coihue, ñires, con la llegada de las lluvias
aumentará la erosión y la pérdida del suelo fértil junto con los
microorganismos productores de suelo en un proceso que va a conducir a
su empobrecimiento o pérdida completa y en algunos sitios a la
desertificación, al reducir la posibilidad de retención de agua en las
áreas quemadas, conduciendo a una aridez climática.
Con las lluvias
se producirán corrimientos de lodo que será arrastrado hacia las
cuencas hídricas. Estos arrastres provocarán el embancamiento de los
cursos de agua, aumento en la sedimentación de las lagunas y lagos,
derrumbes, formación de cárcavas y zanjas de erosión en las partes de
mayor pendiente. El tremendo arrastre de materiales en suspensión que se
prevé aumentará la turbidez y producirán graves alteraciones en el
medio acuático. Estos profundos cambios en el ecosistema del bosque,
como la imposibilidad de retener agua de los suelos estériles,
dificultarán o impedirán la recolonización de la vegetación nativa.
Probablemente sólo donde quedó vegetación residual podrá ocurrir una
lenta restauración natural, aunque siempre va a ocurrir un proceso lento
de deterioro por la pérdida de la capa protectora del suelo. La fauna
que colonice los sitios incendiados estará adaptada a espacios abiertos,
tratándose entonces de especies nuevas o cuya presencia en el bosque
era rara.
La recuperación se dificultará por la presencia del
ganado que aprovechará las extensas praderas que en la primavera
reemplazarán los gigantescos cañaverales. La introducción de ganado
luego del incendio será negativo para el establecimiento de semillas y
la regeneración de las especies arbóreas al impedir el desarrollo de los
renovales que puedan surgir de los árboles que han sobrevivido al
fuego. En el caso de las lengas, el suelo se modifica por la pérdida de
mantillo y por la compactación debido al pisoteo del ganado,
imposibilitando la germinación de las semillas. Este proceso va
vinculado al establecimiento de plantas exóticas muy competitivas que
acompañan al ganado como la rosa mosqueta. En la Patagonia, luego de
incendios y presencia de ganado, bosques de lengas se han transformado
en praderas de gramíneas (Poa) o extensiones de neneo (Munilum). Los
expertos señalan que se deben esperar al menos 10 años en introducir
ganado a un área en recuperación post incendio. De acuerdo a numerosos
especialistas en incendios en Patagonia como Thomás Veblen, Thomás
Kitzberger y Estela Raffaele, la presión ejercida por el ganado durante
la regeneración temprana post-fuego puede impedir localmente la
regeneración de especies leñosas, transformando a la comunidad en una
estepa degradada con abundantes especies exóticas.
Es prioritario
delinear un plan de restauración tras el fuego. Trazar una estrategia de
restauración post incendio es fundamental y el suelo es el principal
recurso a proteger. Como se señaló anteriormente, para la época de
lluvias se prevé una fuerte erosión y escorrentía con el riego
inminente de inundaciones, erosión acelerada y sedimentación.
Hay que restaurar donde sea necesario y viable, pero hay que hacerlo urgente.
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