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Saltar en paracaídas. Ser su propio jefe. Tomar hasta que el hígado pida una pausa. Comprar un departamento. Apostar. Pasar la noche con alguien que se acaba de conocer. Cambiar de rubro. De mayor o menor magnitud, todos son riesgos. Todos, por lo mismo, se les atribuyen principalmente a los jóvenes, quienes -en teoría- buscan siempre adrenalina y experiencias nuevas. Los niños corren riesgos, porque no dimensionan los peligros, y los jóvenes, porque no les importan. Pero con la llegada de los hijos, la hipoteca, la casa propia y los primeros achaques, ser arriesgado pasa a segundo plano. O eso se pensaba.
Quizás para no perder el tiempo o por supuesto sentido común, todos los estudios que evaluaban el deseo o el impulso de correr riesgos se habían hecho en jóvenes, dándose vueltas en círculos respecto de las conclusiones. Eso, hasta que la Universidad de Oregon (Estados Unidos) se alió con el Instituto Nacional del Envejecimiento para ahondar más en el tema. Y para sorprender a los expertos.
Tras evaluar a 543 adultos entre 25 y 75 años, los cinco expertos a cargo del estudio (todos sicólogos y economistas) descubrieron que el deseo de correr riesgos y competir (para ganar, obviamente), aumenta con la edad y llega a su máximo nivel después de los 50 años. Y a Raúl Carvajal, sicólogo de la Clínica Santa María, no le sorprende. Incluso dice que "es un fenómeno que podemos observar también en nuestro país".
El arte como un riesgo
Carmela Rodríguez sabe de correr riesgos a medida que cumple años. A los 20 se fue a estudiar a Estados Unidos, a los 26 partió a vivir a Venezuela con su marido y años después, volvió a Chile con él, dos hijos y la hipoteca de un departamento recién comprado. Pero recién a los 55 se atrevió a estudiar lo que quería desde que estaba en el colegio: Arte. "Como nadie me incentivó a hacerlo y sólo me hablaban de lo inestable que podía ser financieramente, descarté esa opción y estudié Hotelería y Turismo, sólo para poder viajar harto por trabajo", explica Carmela.
Pero hace un año, con sus dos hijos terminando sus carreras y más tiempo libre, entró a estudiar un Diplomado en Arte en la Universidad Católica. Y le encanta. "Hace 35 años no me atreví a confiar en mis capacidades -dice Carmela-, pero a los 55 ya tenía claro que no necesitaba el apoyo de nadie y que bastaba con las ganas para hacer lo que quisiera".
Ejemplos como el de ella sobran en su generación. En las clases en el Campus Oriente se reencontró con un compañero del colegio, quien también había decidido estudiar algo que había postergado por años. Y en sus juntas mensuales de ex alumnos, se ha enterado de varios que cambiaron el rumbo de sus carreras, se independizaron y formaron empresas ya entrados los 40 y los 50.
¿Qué los motiva a correr riesgos a mayor edad? Según Carvajal, de la Clínica Santa María, "el exitismo cumple una función importante, en una sociedad que sanciona lo viejo y lo 'poco productivo'. Pero también se busca encontrar el sentido para la etapa que se está viviendo". ¿Y qué los diferencia de quienes lo hacen a los 20? "A los 25 estamos empezando y necesitamos demostrar, hay más ímpetu respecto de la tarea. A los 55 -explica el sicólogo- lo que predomina es la experiencia, las labores se abordan con más calma y tal vez con mayor profundidad".
Volver a los 17... o a los 20
También hay factores externos que influyen en la persistencia de correr riesgos. Como es una conducta difícil de mitigar -¿qué adulto competitivo no lo fue cuando niño?-, es lógico que se prolonguen ciertas actitudes por más tiempo a medida que aumenta la esperanza de vida. Y el fenómeno conocido a nivel mundial como los "quintastics", que apela a la libertad y a la vitalidad que se tiene hoy en día a los 50, sólo comprueba que a esa edad todavía se está plenamente activo.
Otra idea que valida el aumento de querer arriesgarse más a medida que pasan los años, es la nueva transición que se ha insertado entre la adolescencia y la adultez. Ya sea por la manera en que los criaron, por el temor a la inestabilidad económica o por la presión de ser exitosos, los jóvenes retrasan cada vez más su independencia. Por ende, el período bautizado como "adultescencia", un híbrido entre que terminan sus estudios y adquieren un poder adquisitivo suficiente para mantener su estilo de vida, genera personas con menos necesidad de arriesgarse. Hasta que dan el primer paso, claro.
Sólo en ese momento se puede empezar a comparar las motivaciones de las personas para tomar decisiones osadas. Y al hacerlo, Carvajal analiza el mayor deseo de correr riesgos entrados los 50 con una especie de nostalgia por la juventud: "A los 20 años se vive con mayor riesgo en todo, se busca el movimiento, pues escapamos a la sensación de estar paralizado". Y luego, tras la supuesta consolidación laboral, económica y de pareja que se establece entre los 30 y los 40, a los 50 "se extraña la sensación adrenalínica de los 20, por lo que se intenta actualizar de algún modo esto".
No es cosa de mujeres
Desde que el género femenino empezó a ser tema de películas, libros y -hace aún más tiempo- conventilleo, la idea de que las mujeres son más competitivas que los hombres se incrustó en el imaginario colectivo. O, al menos, que las mujeres son más malas entre ellas a la hora de pelear por algo, y lo hacen por causas tanto menos nobles: mientras los hombres compiten por orgullo o por nobleza -eufemismos para definir, a fin de cuentas, quién gana anatómicamente hablando-, las mujeres lo hacen por envidia y para sacar pica, y los motivos pueden ir desde tener menos gramos de grasa hasta tener el mejor marido.
Pero alejándose de la sátira y acercándose a las cifras, el estudio mencionado refuta esa idea: a pesar de que tanto en los 281 hombres como en las 262 mujeres el deseo de correr riesgos iba en alza de acuerdo con la edad, en ellas esa característica era menos preponderante. Adiós al codicazo (por los hombres) cliché de las "cat Rights". Según Carvajal, esa idea de la competitividad femenina sólo "tiene que ver con una arcaica creencia cultural", ya que "mujer más que la mujer competir, aún está en la búsqueda de un espacio y un reconocimiento".
Para él, lo que refleja el estudio no es la mayor o menor osadía de un género por sobre el otro, sino la manera de enfrentar la vida según la edad que se tiene. Aunque se sigan corriendo riesgos. La principal diferencia para Carvajal "está en la noción del tiempo, de vida por vivir. Quienes tienen 20 años ni siquiera se preguntan cuánto tiempo tienen, lo dan por hecho. A los 50 años hay una noción de que 'ésta es mi última etapa para hacer esto'".
por Andrea Pérez Millas / Ilustración: Rafael Edwards