En su primera visita como solista, Keith Jarrett tocó en el Colón. Ni las acomodadoras –que avisaban a todos que “el señor Jarrett se va, si escucha una sola tos”–, ni los altoparlantes que advertían “muy especialmente abstenerse de forma rigurosa” de sacar fotografías evitaron que al minuto el músico se fuera del escenario. Y nuevamente, la voz del teatro: “Su atención por favor…”
Jarrett mismo explicó que “si lo primero que veo, después de pedir que no saquen fotografías, es a una persona tomando una, la música cambia completamente”, y resumió: “Too many toys” (“Demasiados juguetes”), por las cámaras y celulares. Sus quejas continuaron toda la noche: “Tienen una sala muy hermosa, de millones de dólares, pero este piano es imposible.”
Finalmente, el encuentro entre Keith Jarrett y el piano sucedió. Un Jarrett puro, uno de los grandes talentos vivos del jazz en plena forma, marcó el alto nivel musical de la noche. El free jazz, el blues y el vértigo vanguardista llenaron el espacio acústico del Colón. Pero al mismo tiempo que las melodías fluían también el mal humor del pianista –bien conocido por su talante–. El público mostró su fidelidad, con aplausos y vítores intentó contrapesar la tensión del artista. Es necesario explicar el nerviosismo de Jarrett, que ha hecho un género de sus improvisaciones frente al piano. Su método, tocar desde cero, sin programa ni base rítmica prevista, le requiere una concentración especial y genera un vértigo que no es fácil de sobrellevar, por esto mismo, exige del público una entrega atenta y considerada.
La primera parte duró unos 40 minutos. En el intermedio, el público –conformado por una alta cantidad de jóvenes– expresaba sus emociones parciales. Algunos sentían la tensión generada por las intervenciones y quejas constantes: “Nunca vi un grande tan chinchudo”, comentaba absorto un habitué del teatro. Un conocedor de Jarrett explicaba la posición radical de este frente a la tecnología y recordó que también había usado la palabra “toy” para referirse al teclado electrónico que tocó con Miles Davis. Otros lograron despreocuparse de esas mañas y daban cuenta de su emoción: “Estoy al borde de la terapia intensiva”, decía una rubia conmovida por los extraños movimientos del pianista.
En la segunda parte del concierto, Jarrett volvió a hablar. Esta vez sobre la tos. “Si alguien va a toser, que lo haga ahora”, y agregó que esto era un síntoma de la mala salud del piano. Después regresó el virtuosismo. La exploración musical se encaminó hacia ritmos más lentos, de inspiración clásica y profunda melancolía, en el cuarto tema irrumpió el magma musical por el cual es conocido Jarrett y desencadenó una ovación que postergó el final y lo hizo encarar otras dos improvisaciones.
Una experiencia compleja e irrepetible. El público no asistió sólo a una velada musical, sino que fue testigo de la creación de piezas surgidas en el instante desde lo más profundo de la inspiración. Keith Jarrett, a la manera de medium, entregó toda su energía vital, llevó al límite su cuerpo y su espíritu en busca de la trascendencia musical. Del costo de esa entrega, puede dar testimonio el público presente. (Tiempo Argentino)